domingo, 2 de noviembre de 2014

Artículos de opinión


Dios no varía, la Iglesia sí

 

 

 

A lo largo de la historia de la humanidad las doctrinas eclesiásticas y los conocimientos científicos se han hallado casi siempre enfrentados por puntos de vista totalmente opuestos. De ello se deriva que muchas ideas nuevas tuvieran que abrirse paso en contra de la oposición de la iglesia. El ejemplo más célebre del conflicto entre religión y ciencia es el de Galileo Galilei, un eminente hombre del Renacimiento, científico, astrónomo, filósofo, matemático e ingeniero que cayó en manos de la Inquisición por su convicción de que la Tierra giraba alrededor del sol y no al revés.

 

La ciencia natural moderna en realidad no es tan antigua, pues comenzó con el Renacimiento, y sobre todo con la Ilustración a fines del silgo XVII. En esta época la Iglesia medieval contaba con la teología escolástica, que en aquel tiempo presumía de poder explicarlo todo. No había nada sobre la Tierra que no recayera sobre la soberanía aclarativa de la Iglesia. Pero en relación al conocimiento actual, las suyas eran ideas realmente atrevidas y sin ninguna base sostenible. Se creía que la Tierra era el centro del Universo y entre la Tierra y la Luna había una esfera de agua, otra de aire y otra de fuego. Y luego, más allá de la Luna venían los cielos: Primero el cielo estelar y luego el llamado cielo cristalino, más allá el cielo de fuego, que era donde se suponía que vivían los santos y los ángeles, y más allá de estos cielos estaba la región de Dios. Todo esto, claro está, según la opinión de la Iglesia.

 

Pero tras los descubrimientos astronómicos de Galileo todo esto quedó en entredicho, es decir, fácilmente cuestionable. Pues para el afamado astrónomo la verdad no era la que postulaba la Iglesia, si no la que observaba él con su telescopio. Por ejemplo que la Luna tenía estructuras montañosas, que el Sol tenía manchas y que Júpiter estaba rodeado de lunas.

 

La teología afirmaba que los planetas tenían formas perfectas, por eso fue tan importante a la vez que irritante, que Galileo afirmara que la Luna tenia montículos, pues con ello se demostraba que la Luna no era perfecta y contradecía la idealización eclesiástica de los planetas y estrellas, pues se trataba de una contradicción no teórica, si no real, dada a través de la observación. Galileo expuso sus descubrimientos a algunos matemáticos, jesuitas del Collegium Romanum, quienes primero dijeron: «Sí, las observaciones son ciertas». Pero luego se produjo una reacción ideológica, sobre todo de los Domínicos de Florencia. Por su parte el filósofo Ludovio delle Colombe dijo que no es posible que los cuerpos celestes no tuvieran formas perfectas, y ese fue el motivo por el que se acusó a Galileo de interpretar de forma errónea las Sagradas Escrituras. Una acusación realmente nefasta, tanto es así que fue condenado a cadena perpetua y algunas de sus obras fueron  quemadas.

 

   Teresa Antequera Cerverón (73891412-W)

Del programa: La Iglesia y la ciencia, una historia de oportunismo y discordia

www.vida-universal.org

 

 

¿Cómo salir del círculo vicioso de la fatalidad?

 

 

Quien no vive en unidad con todo lo que existe, está en la ley de causa y efecto, y quien viva en esta ley creará siempre nuevas causas hasta que despierte en el Espíritu y siga las leyes de la paz, de la armonía y del amor. Las consecuencias que siguen a las causas creadas por los hombres son enfermedades, golpes del destino, necesidades y preocupaciones. El ser humano vive tanto tiempo en este círculo vicioso hasta que reconozca que es un ser cósmico que pertenece a la unidad divina, al Espíritu universal. Si el ser humano empieza entonces a dejar crecer en sí esta unidad cósmica, conociendo la esencia de la vida que es el Espíritu, reconociéndolo por medio de la realización de las leyes, entonces sanará y por medio de él también el planeta Tierra.

 

La ley causal dice: lo que hayas hecho al más pequeño de tus hermanos, te lo has hecho a ti mismo, pues te apartas del Espíritu de la vida, que es la vida en tu prójimo, en los animales y plantas y en la Tierra con todas sus formas de vida. La consecuencia puede ser sólo enfermedad, preocupaciones y necesidades.

 

Quien reconoce la fuerza divina en todo lo que vive y quien puede sentir la vida y reconoce en ella una parte de sí mismo, quien se reconoce a sí mismo en la naturaleza, ya que cada hombre es un cuerpo natural, llegará a ser poco a poco amable, afectuoso y benevolente con su prójimo.

 

 

José Vicente Cobo (45277997j)

De la publicación: "Origen y formación de las enfermedades"

www.editorialvidauniversal.com




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