domingo, 25 de noviembre de 2012

Artículos de opinión

Estimados amigos:

Les envíamos este artículo en la semana 47 de 2012, para que lo publiquen en su medio de comunicación. Le agradezco por su colaboración.

Saludos de Mª José Navarro

DNI: 24764815W

www.radio-santec.com




La connivencia iglesia-estado ha convertido la vida

en un infierno


 

 

Se podría afirmar sin miedo a equivocarse que los sacramentos de la iglesia solo sirven para la salvación de aquellos que permanecen dentro de ella. Esta es una afirmación extensible a todas las sectas. Así mismo con las buenas obras y el servicio militar de la vida cristiana se alcanza la recompensa eterna. Esta es la ley válida de la iglesia

 

Comer carne y matar como soldados son algunos de los valores eclesiásticos para una autentica vida cristiana. Así lo prescribe la iglesia y lo practica desde hace siglos. La iglesia hizo calumniar, perseguir, matar y exterminar a todos los verdaderos seguidores del Nazareno que vivían al margen de la iglesia. A todos lo que querían una vida diferente a la preestablecida por la iglesia y tal como lo enseñó el mismo Jesús de Nazaret. Ese fue y es el talante eclesiástico institucional, es decir, su ética y su moral. Esa es la dichosa tradición católica.

 

Ya desde los primeros siglos, los seguidores de Jesús de Nazaret quienes eran vegetarianos (en caso contrario no hubiesen sido aceptados en las primeras comunidades cristianas), fueron perseguidos y eliminados, también estigmatizados como herejes, torturados, quemados, esclavizados y aniquilados a miles.

 

Se trataba de comunidades cristianas como las de los maniqueos, bugomilos, pauliquianos, valdenses, cátaros y husitas. Se trataba de personas como Marquion, Montano, Maximila, Priscila, Mani, Orígenes, Juan Hus, Jordano Bruno, Savonarola y muchos otros sinceros seguidores de Cristo a quienes la iglesia asesinó simplemente como herejes. Personas todas ellas que se esmeraban en dejar resucitar en sí a Jesús de Nazaret, a seguirle a El con los hechos en total libertad y firmemente decididas a hacer realidad en la vida diaria sus conocimientos espirituales sobre la vida.

 

Pero una y otra vez la despiadada, la implacable y poderosa competencia religiosa, la mortal cohabitación entre la iglesia y el Estado, que a sangre y fuego y con la enseñanza ideada por los sacerdotes basada en la condenación eterna, convirtió en un infierno la vida terrenal de los seres humanos. Hasta en nuestra historia más reciente una casta sacerdotal agresiva aguijoneaba a determinados pueblos para que procedieran contra las minorías y contra otros pueblos. Mientras la curia gritaba.: "Dios así lo quiere". A sangre y a fuego, con matanzas y asesinatos, con torturas y esclavización, a golpes sometieron durante siglos a los pueblos y les inculcaron lo contrario de lo que trajo y enseñó Jesús de Nazaret el maestro del pacifismo: el amor al prójimo, el perdón, la paz, la justicia, la hermandad y la unidad.

 

 

Emisor Tierra y hombre

José Vicente Cobo

45277997j

www.erdeundmensch.tv

 

 

Aprenda a relajarse respirando bien

 

 

Una relajación comunicativa para pensar y trabajar consecuentemente, se puede llevar a cabo como sigue: Relájese varias veces al día. Siéntese erguido en una silla. Ponga los pies en el suelo. Coloque el dorso de sus manos so­bre los muslos. Cierre los ojos. Oriente sus sentidos hacia el interior.

 

Afirme la Sabiduría universal del in­finito, la fuente de todo saber y de toda fuerza. Entréguese a Dios. Diríjase en su interior a Cristo, el Ayudante y Consejero interno, el Espíritu eterno que está en todo y en todo lo es todo, la fuerza y la sa­lud, la gran bondad y amabilidad. Su­mérjase en sus pensamientos de oración o en las palabras de oración dichas en voz alta. Así entra usted en contacto con el Espíritu grande, clemente y sabio en su interior.

 

Después de su oración, permanezca sentado aún unos minutos. No permita que se entrometa ningún pensamiento, e inspire y espire profundamente. Al inspirar deje fluir su aliento armonio­samente hacia el interior de la región del vientre, luego espire lenta y conscien­temente. Con esto expulsa de su cuer­po las contracciones aún existentes.

 

Inspire y espire profundamente una y otra vez. Luego deje que respire por sí solo, dejando que su respiración venga y vaya. Permanezca un par de mi­nutos en su ritmo normal de respiración, antes de continuar con su trabajo. Cuanto más a menudo se concentre en el día por unos minutos, para rezar y respirar conscientemente, percibirá pron­to que usted se irá relajando cada vez más.

 

 

Vida Universal

www.editorialvidauniversal.com

 





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